El
jueves pasado fuimos a Vilanova de Meià a escalar, un lugar del cual me he
olvidado con el tiempo, pero que de vez en cuando me apetece ir para recordar
viejos tiempos. Después de muchos días de no ver el Sol por el Pirineo decido
bajar a buscarlo y aprovechar para queda con Paco Aranda. En mi mente daban
solecito todo el día, pero la realidad es que el cielo estuvo cubierto desde
que salí de casa, Paco venía del lugar opuesto y también hizo todo el viaje con
nubes y llovizna, mal pintaba el día. Alargamos la conversación en el bar
esperando que mejorara pero nada, todo y con eso decidimos subir al parquing de
la Roca Alta a ver si allí, más arriba, salía el Sol, pero también estaba
cubierto y goteando. Esperamos media hora dentro del coche y finalmente
decidimos salir e intentarlo, ya que en algún momento que conseguimos ver la
pared anaranjada, no se veía muy mojada.
Con determinación
nos dirigimos a la Peque Mantecas, una bonita clásica que casualmente no
habíamos escalado ni Paco ni Yo, cosa difícil en este lugar para nosotros. Como
es costumbre, una vez en el pie de vía nos jugamos a la piedra a ver quien
empieza, y me toco a mí. Empiezo entre nubes a escalar el primer largo, con una
pinta igual de fantasmagórica que
apetecible. Una fisura vertical de pequeños cantos y cosida a pitones de
los ochenta, pero que todo y con eso protejo con friends hasta el rojo de
camalot, y si hubiera cogido el amarillo también lo hubiera puesto. El segundo
largo es un desplome un poco a bloque protegido por un parabolt y un pitón. El
tercer largo me vuelve a tocar a mí, un diedro vertical muy estético. El cuarto
lo hace Paco, un muro de quinto grado super guapo pero que con las manos frías
fue como escalar con manoplas, sin tacto. El siguiente largo en travesía a la derecho
lo hago muy rápido porqué empezaron a caer gotas más gordas y todavía nos quedaba
el último largo de 6a+ que hizo Paco, y que me alegró mucho el momento en qué
le oí cantar reunión. El tramo final tiene un diedro y una travesía a izquierdas
difícil y un poco a bloque pero bien protegido con paraboles y una “v” en el
paso clave.
Llegamos
arriba muy contentos por haber vencido
la voz interior que nos decía de quedarnos en el Bar Cirera y superar todas las
adversidades con la motivación de escaladores veinteañeros. No fue una escalada
más, sinó una lección de cómo hay que vivir.
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